Si alguien me hubiera dicho que estaría yo un sábado por la noshe a los 34 años de edad, sentada en mi cama escribiéndole una loa de amor a un animal… probablemente les diría que ok con la primera parte del texto, pero que en cuanto a lo del animal respecta (a menos que hubiera sido uno de dos patas y estuviese yo en estado de ebriedad) esta sería una historia completamente inverosímil.
Cualquier persona que haya tenido la enorme fortuna de conocerme de pequeña, y digo enorme fortuna ya que se rumora que era yo un verdadero encanto, una niña linda, tranquila, calladita, tierna, obediente y apacible, en una palabra; un dulce…. #situ, podrá constatar que además de todas estas aseveraciones perfectamente falsas sobre mi persona, le tenía pánico a dos cosas: al programa nocturno “Misterios sin Resolver” y a los perros (bueno y a Laura Zapata en cualquiera de sus personajes – pero esa es otra historia). Si alguna amistad me invitaba a su casa, mi pregunta inmediata solía ser: ¿tienes perro? Y si la respuesta era afirmativa, confirmaba mi asistencia si, solo si, dicha “bestia” era enjaulada (siendo a mí a quien debían de enjaular francamente ya que me comportaba mucho peor que cualquiera de las pobres mascotas de mis amistades).
Transcurrieron los años y el miedo para con dichos animales, desapareció más NUNCA llamaron mi atención, repito, nun-ca. Mis sobrinos se hicieron de dos pugs mismos que tuve que cuidar (ahuevoluntariamente) en dos ocasiones. Y ni así sucumbí a la ternura canina. Posteriormente, hace bastantes años, vi a una señora con un cachorrito Bulldog Inglés y tuve que, literalmente pararme de mi lugar (cosa que no hubiera hecho ni por un vistazo a los pectorales de Zac Efron #graciasnetflix), acercarme a ella y pedirle que me dejase cargarlo y abrazarlo…. Say what? A partir de ese momento, me sensibilicé un poco (hasta que Tencha, QEPD, la perrita de mis sobrinos le dio «cagaluera difusa» en mi casa y tuve yo que limpiar su gracia)… pero bueno, algo en mi se movió: empecé a guardar fotos de cachorritos en mi teléfono, luego los comentarios de: “te deberías de hacer de un perrito”, empezaron a hacer ruido en mí ya de por si ensordecedora cabeza, me empecé a fijar en diferentes razas… pero mi argumento siempre era el mismo: no soy perrera, si me chupetea me muero, guácala las cacas, hueva la caminata, horror que me ensucie mi casa… no, mejor los veo en mi colección de fotos del teléfono y me ahorro el “pedicure”.
Y un día, de la nada (y después de coleccionar fotos como viejo rabo verde de cashorritos durante años), estando en un partido de soccer de alguno de los escuincles, decidí que estaba lista y, como MUCHAS de las decisiones que tomo en mi vida, dije: al shile, quiero un perro HOY. Entre partidos fuimos toda la parentela a buscar uno y de pronto apareció mi Pelenuki con un Frenchie que automáticamente derritió mi corazón y al día siguiente estábamos recogiendo a la única de su camada que quedaba disponible.
A partir de ese momento y hasta hoy, mi vida gira entorno a mi perrhija Cholula (como me dicen aquí: ohhhh like the spicy sauce, exacto amigo gringo, like the spicy sauce, y una ciudad en Puebla que ni tu ni yo tenemos NPI en donde se encuentra exactamente).
En mi corazón se abrió una puertica con un tipo de amor que no tenía idea que pudiera existir y de ser una persona a la que genuinamente no le interesaban las mascotas, ahora redacto estas líneas con mi Sholu trepada arriba de mi y por ende del teclado haciéndome imposible escribir esto de manera diligente, con un shingo de pelos por todos lados (porque si, SI TIRA PELO SRA BREEDER) y con una felicidad que solamente ella me ha podido dar.
Me he convertido en TODO lo que he criticado en mi vida y más; le hablo como bebé, la llevo a su “day care”, me gasto TODOS y cada uno de mis dolaritos en ella, le organizo play dates y si está sola en mi casa, me da una ansiedad indescriptible. Si pudiera la llevaría en carrerola (por aquello del calor), pero no le gustó… ya traté… por eso mejor le compre su “Babybjörn” jajajajaja, le habla a “sus abuelos” (santos) todas las noches, y comparto con mis chats sus hazañas y logros (me cae de madre que son lo máximo amados familiares y amistades que encima me la llenaron de regalos y hasta «bautizo» le hicieron jajajajaja). He llenado mi teléfono con sus foticas… y causa tal sensación la pinshi perrita por las calles de Miami que me vi obligada a abrirle su cuenta de Instagram (@frencholula por si “ocupan”)… Es decir… como hilo de media (me faltó el gender reveal na’mas).
O sea que, queridx lectorx (por aquello de la inclusión) … nunca digamos “de esta agua no beberé” porque luego UNA se anda ahogando…
***Abajo una selección de fotos… la primera soy yo teniendo una interacción canina de chiquita… pa’ que vean que no es exageración lo del «mello»…. jajajaja
Se despide…
La mamá de Cholula